Salmo CII (Segunda versión)
Benedic, etc.
Alaba ¡oh, alma! a Dios, y todo
cuanto
encierra en sí tu
seno
celebre con loor tu nombre santo
de mil grandezas
lleno.
Alaba ¡oh, alma! a Dios, y nunca olvide
ni borre tu
memoria
sus dones, en retorno a lo que pide
tu torpe y fea
historia.
Qu' Él solo por sí solo te perdona
tus culpas y
maldades,
y cura lo herido y desencona
de tus
enfermedades.
Él mismo de la huesa a la luz bella
restituyó tu
vida;
cercola con su amor, y puso en ella
riqueza no
creída;
y en eso que te viste y te rodea
también pone
riqueza;
ansí renovarás lo que te afea,
cual águila en
belleza.
Que, al fin hizo justicia y dio derecho
al pobre
saqueado:
tal es su condición, su estilo y hecho,
según lo ha
revelado.
Manifestó a Moisén sus condiciones
en el monte
subido,
lo blando de su amor y sus perdones
a su pueblo
escogido.
Y dijo: «Soy amigo y amoroso
soportador de
males,
muy ancho de narices, muy piadoso
con todos los
mortales».
No riñe y no se amansa; no se aíra,
y dura siempre
airado;
no hace con nosotros ni nos mira
conforme a lo
pecado.
Mas cuanto al suelo vence y cuanto excede
el cielo
reluciente,
su amor tanto se encumbra y tanto puede
sobre la humilde
gente.
Cuan lejos de do nace, el sol fenece
el soberano
vuelo,
tan lejos de nosotros desparece
por su perdón el
duelo.
Y con aquel amor que el padre cura
sus hijos
regalados,
la vida tu piedad y el bien procura
de tus
amedrentados.
Conoces a la fin que es polvo y tierra
el hombre, y
torpe lodo;
contemplas la miseria que en sí encierra,
y le compone
todo.
Es heno su vivir, es flor temprana,
que sale y se
marchita;
un flaco soplo, una ocasión liviana
la vida y ser le
quita.
La gracia del Señor es la que dura,
y firme
persevera,
y va de siglo en siglo su blandura
en quien en Él
espera;
en los que su ley guardan y sus fueros
con viva
diligencia,
en ellos, en los nietos y herederos
por larga
descendencia.
Que ansí do se rodea el sol lucido
estableció su
asiento,
que ni lo que será ni lo que ha sido
es de su imperio
exento.
Pues lóente, Señor, los moradores
de tu rica
morada,
que emplean valerosos sus ardores
en lo que más te
agrada.
Y alábete el ejército de estrellas,
que en alto
resplandecen,
que siempre en tus caminos, claras, bellas,
tus leyes
obedecen.
Alábente tus obras, todas cuantas
la redondez
contiene;
los hombres y los brutos y las plantas,
y lo que las
sostiene.
Y alábete con ellos noche y día
también el alma
mía.